
La resiliencia se puede definir como la capacidad de una persona, grupo o comunidad para afrontar, sobreponerse y salir fortalecido de experiencias adversas, situaciones difíciles o eventos traumáticos. No se trata simplemente de resistir, sino de adaptarse positivamente y crecer a partir de la adversidad.
En esencia, la resiliencia implica:
Adaptación: La habilidad para ajustarse a nuevas circunstancias o entornos después de un cambio o una crisis.
Recuperación: La capacidad de regresar a un estado de equilibrio o funcionamiento normal, o incluso superior, después de un golpe.
Crecimiento: Transformar la experiencia negativa en una oportunidad de aprendizaje y desarrollo personal.
Es importante destacar que la resiliencia no significa no sentir dolor, estrés o tristeza ante la adversidad. Por el contrario, las personas resilientes experimentan estas emociones, pero son capaces de manejarlas de manera efectiva y seguir adelante. Es una habilidad que se puede aprender y desarrollar a lo largo de la vida.
La resiliencia es un valor fundamental que implica la capacidad de recuperarse y adaptarse positivamente después de experiencias difíciles o traumáticas. Es crucial para el desarrollo infantil, ya que les permite manejar el estrés, las emociones y los desafíos de la vida de manera más saludable.
Ayuda a los niños a superar situaciones difíciles como: cambios de escuela, muerte de un ser querido, bullying o enfermedades y les enseña que son capaces de superar obstáculos, lo que aumenta su autoestima y confianza en sí mismos.